¡Que viva Changó!
Cuba siempre fue uno de los países más religiosos de América. Justamente, fue en la isla antillana donde se originó el sincretismo en el cual convergen el catolicismo y la religión de los orishas --- más comúnmente conocida como santería --- que tiene sus raíces ancestrales en la veneración y adoración de los dioses yorubas venidos del África con los esclavos. Me vino a la mente toda esta cuestión esotérica cuando noté que en un rincón de la sala de uno de los líderes de la oposición venezolana que me había invitado a la “reunión”, había un altar a Obatalá, una de las deidades más veneradas de la santería.
Cuando los españoles consideraron pertinente importar mandingos del África, los negros arribaron con sus creencias religiosas, como era de esperar. En un intento de los franciscanos por inculcarle a los negros la religión “verdadera”, supusieron pertinente prohibir las creencias autóctonas de los recién llegados esclavos. Todos sus altares fueron destruidos y negro que vieran con eso de ponerles calabazas a los santos era amarrado a un árbol y sometido al látigo de los castigos.
Como la fe es casi imposible de erradicar, incluso en un sistema tan opresor como el de la Cuba de hoy o de la colonia de ayer, a los negros se les ocurrió una idea genial que le dio paso a una especie de “corriente religiosa” a la que con el tiempo los entendidos le dieron el nombre de “sincretismo”.
Seguramente que en medio de la meditación teológica de aquel tiempo, algún mandingo intelectual llegó a la conclusión que lo importante no era la apariencia física de sus deidades, sino la veneración y el respeto que mostraran por ellas. Para no quedarse sin fiestas ni ritos, se pusieron de acuerdo bajo cuerda y suplantaron las imágenes africanas por las católicas y cuando los curas sacaban una estatuilla de Santa Bárbara, los negros sabían que debían sentir la presencia de Changó. Pronto los niños blancos cubanos comenzaron a ser arrullados por cantos religiosos en lucumí --- como se le llamaba a los negros yorubas en Cuba --- que ellos creían eran canciones de cuna y muchos amos blancos tuvieron que comprar enaguas amarillas a sus amantes mulatas seguidoras de Oshún.
En adición al interés de convertir a los negros al catolicismo, estaban los ritos africanos que para los españoles eran muy repugnantes. Además de las ofrendas, los dioses lucumíes “necesitan” sangre como alimento espiritual, la cual se les proporciona con las debidas ceremonias sacrificando sus animales favoritos. Todas estas “locuras” llevaron a la iglesia a prohibir finalmente que los negros practicaran su religión. ¿Qué hacer? ¿Perder el mayor tesoro, el más importante rasgo de identidad cultural, lo único que les quedaba de aquella tierra verde y agreste de la cual fueron sacados a punta de mosquete, donde dejaron atrás a sus seres más queridos y las noches despejadas llenas de relucientes estrellas? ¿Renunciar a los orishas ancestrales y seguir al dios de los católicos, un dios blanco que jamás baja a sus hijos, que hablaba en un idioma todavía más desconocido que el español, como el latín? Por otro lado, la más primitiva lógica asesoró a sus sacerdotes --- los “babalaos” --- quienes llegaron a la sana conclusión que ese dios debería de ser muy fuerte cuando sus hijos mandaban sobre ellos.
Los “babalaos” sacaron cuenta rápidamente. El cristianismo que a ellos les llegaba no era interpretado bajo una óptica de un dios único como una unidad monolítica, pues había vírgenes, ángeles, arcángeles y santos... y además, todos vivían en el Ilé --- palacio --- que Dios tiene en los cielos. El asunto no se presentaba tan diferente, bajo el punto de vista de los “babalaos” que de idiota no debieron haber tenido un solo ensortijado pelo. Había santos que, como los orishas, tenían atributos y poderes especiales y “puntuales”: San Pedro tenía, según los curas, las llaves del Ilé (del cielo); San Miguel era dueño de la espada que oprimía las revueltas de los insurgentes que se alzaban en contra del imperio español; San Lázaro, el poder de curar... y así todos y cada uno de ellos, según los propios sacerdotes franciscanos, tenían sus “poderes”, por lo que no era muy recomendable enfurecerlos ni contrariarlos. De manera que no fue ni tan difícil seguir viendo a los orishas bajo los ropajes de los santos católicos e incorporar sus imágenes a los altares lucumíes. Changó fue “encarnado” por Santa Bárbara, Obatalá por Nuestra Señora de la Merced, Oshún por Nuestra Señora de la Caridad del Cobre (patrona de Cuba), Yemayá por Nuestra Señora de Regla, Eleguá por el Santo Niño de Atocha... y así sucesivamente.
Cuando Fidel se apoderó de Cuba, le dio una patada por el trasero a todos y cada uno de los grandes “babalaos” de la isla. Todos ellos, entre otras “actividades”, vivían de “hacerles trabajos” a enemigos de sus clientes. Si una mujer le estaba “jurungando” el marido a una “cliente”, el “babalao” le preparaba a la intrusa un trabajo que la alejaba del “inocente” marido... e incluso, los “paleros”, que son unos “babalaos” que trabajan con la “magia negra”, podían lograr --- supuestamente --- la muerte de la persona sobre la cual recaería “el trabajo”. Pues bien, Fidel los mandó a todos pal’ exilio, por decir lo menos. Unos fueron a parar a Puerto Rico, otros a Miami, Nueva York, New Jersey... y Venezuela. Todos los “babalaos” juntos, con sus poderosos poderes obtenidos de los orishas no pudieron con Castro. Hay quienes aseguran --- puro cuento --- que Fidel tiene un “resguardo” muy fuerte y no le entra ni el “coquito” de los santos. De todas formas, los sacerdotes de la santería terminaron dándole gracias al “Máximo Líder”, porque en el exilio se hicieron millonarios... y en dólares, o bolívares, que para la época era tan bueno como los primeros. Hoy en día la santería es la religión que más se ha extendido en América. Se estima que 100 millones de personas se guían actualmente por los santos. En el Norte, desde Nueva York hasta Miami; en el área del Caribe, en Cuba, Puerto Rico, Panamá y muchas de las islas; hacia el Sur, en Venezuela, Colombia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. El gran éxito expansionista de la fe se le debe, en gran parte, a la “Revolución” cubana que llenó de “babalaos” a los países vecinos que vivían en libertad de culto.
Por cierto que Castro jamás creyó en nada de eso. Tal vez sea uno de los pocos cubanos que no cree ni en la cábala, aunque una vez le dijo al sacerdote Frei Beto: “Nací en 1926, tenía veintiséis años cuando comencé la lucha armada, asalté al cuartel un 26 y nací el día 13, cuyo duplo es veintiséis. Ahora que pienso en ello, quizá exista algo místico en el número veintiséis...”
¡Aché pa’usté!